martes, 8 de mayo de 2012

Corrección de estilo y servicios lingüísticos Kastalía

Ofrecemos servicios de corrección de textos de diversa índole: literarios, científicos, de divulgación, publicitarios, etc. Asimismo, efectuamos traducciones tanto de lengua alemana al español, como del latín al español. Correcciones con criterios editoriales. Seriedad, profesionalismo y puntualidad.

domingo, 6 de mayo de 2012

Presentación del blog

Este blog, en esencia y por principio, tiene como propósito publicitar los trabajos que realizamos en lo tocante a servicios lingüísticos, tales como correcciones de estilo de textos de variada ídole (escolares, científicos, de divulgación, publicitarios, etc.), así como traducciones de textos en lengua alemana al español, así como del latín al español. Nuestros criterios son editoriales. La vasta experiencia en el rubro nos acredita. Contáctenos: kastaliacorreccion@gmail.com; hannibal_ad_portas217@yahoo.com; gottfried.schmidius@gmail.com
Goethe: Aquileida (fragmento) Traducción del alemán: Mtro. Daniel Huerta
Fuegos tan altos que se encumbraban al cielo una vez más consumía la poderosa llamarada, y las murallas de Ilión, rojas en la lúgubre noche lucían;
el descomunal andamiaje de troncos al derruirse tremendo resplandor provoca. Hundiéronse allí los restos de Héctor, y el más noble troyano, reducido a cenizas, sobre la tierra quedó. Al punto Aquiles se levanta de su aposento frente a su tienda, donde en vigilia pasaba las horas nocturnas; sin apartar la vista de la rojiza ciudadela de Pérgamo, miraba el ondeante vaivén de las llamas, del terrible y lejano espectáculo del fuego. Hondo en su corazón ardía aún odio contra el muerto, que le arrebató a su compañero y que ahora allí sepultado se hundía. Mas ahora que la furia del voraz fuego de a poco cesaba, al tiempo que la diosa de rosáceos dedos ornaba el mar y la tierra, tal que el ardor de las llamas languidecía, profundamente conmovido y solemne el magnífico Pélida volviose hacia Antíloco, y graves palabras pronuncia: «Así llegará el día cuando pronto de las ruinas de Ilión humo y hollín se levanten, impulsados por vientos tracios, y oscurezcan la extensa cordillera del Ida y la cumbre del Gárgaro.
Mas yo no lo veré. Eos, que a los pueblos despierta, hallome cuando reunía los restos de Patroclo; ella encuentra ahora a los hermanos de Héctor en una empresa piadosa semejante, y ella también pronto habrá de encontrarte a ti, mi fiel Antíloco, de manera que tú, entre lamentos, inhumes los restos inanes de tu compañero. Esto debe ser así como me lo anuncian los dioses. ¡Que así sea! Sólo pensemos en lo que se debe hacer. Pues, al lado de mi amigo Patroclo, un altísimo túmulo, erigido a la orilla del mar, debe honrarme: monumento para los pueblos y los tiempos futuros.
A toda prisa los vigorosos mirmidones me han cavado en derredor una fosa; arrojan la tierra hacia dentro, al tiempo que alzan un muro que resguarde del ataque enemigo. Así, afanosos, delimitan la extensa oquedad. Mas ¡esta obra debe estar a mi altura! Apresúrome a reunir multitudes que estén dispuestas a apilar tierra sobre tierra, y así, quizá, a la mitad yo supere. Tan pronto la urna me contenga, sea el culmen de esto.
Así habló y marchose; y caminaba entre las hileras de tiendas llamando a señas a éste y a aquél y congregando a otros. Todos al punto, con ímpetu, tomaron la pesada herramienta, pala y pico con ansia, tal que el estridor del hierro retumbaba; también la poderosa estaca, leva que remueve las rocas.
Y partieron luego cuesta arriba por afable sendero, esparcidos del campamento en tropel; silenciosa, la multitud apretaba el paso. Como cuando la élite del ejército marcha con calma, armada para el asalto nocturno, la formación avanza con pisadas quedas, y cada uno mide sus pasos, conteniendo el aliento para penetrar la ciudad enemiga, vigilada sin cautela, así iban ellos también, y el esmerado sigilo de todos honraba la seriedad de la empresa y los pesares del rey. Pero en cuanto alcanzaron el dorso de la colina, bañada por las olas, y abriose la anchura del mar, Eos los miró afable desde la distante neblina del sagrado amanecer, y a todos alegraba el corazón. Al punto, ávidos de la labor, se precipitan todos sobre la fosa; extraían en tormos el muy revuelto terreno, a paladas lo echaban; otros lo retiraban en cestas. A unos se les veía llenar el yelmo y el escudo; y otros tenían el borde del manto en lugar de un cuenco.
Las Horas abrieron ya con ímpetu las puertas del cielo, y el brioso carro del Sol elevose presuroso. De inmediato alumbra a los píos etíopes, que habitan los más remotos de todos los peblos de la Tierra; al punto, agitando sus tórridas guedejas, asciende a los bosques del Ida, alumbrando a los pesarosos troyanos, a los briosos aqueos. Pero las Horas, entretanto, alzándose al Éter, llegaron a la sagrada casa de Zeus Crónida, la que eternamente visitan; y entraron. Allí a su encuentro salió Hefesto, cojeando, y pronunció petitorias palabras: «¡Veleidosas! Para los dichosos, raudas; para los que aguardan, tardas. ¡Escúchenme! Yo erigí este palacio fiel a la voluntad de mi padre, según la dimensión divina del más sublime canto de las Musas. No reparé en oro y plata, aun en bronce y estaño. Y así como la terminé, ahora está perfecta la obra, sin mella del tiempo, pues aquí no la toca la herrumbre ni la alcanza el polvo, compañeros del errabundo. He hecho todo cuanto el arte creador puede. Imperturbable descansa el alto techo del palacio, y el terso suelo invita al pie a caminarlo. A cada señor lo sigue su trono adonde él se lo ordene, como el perro al cazador; e hice dorados autómatas que sostienen al Crónida al llegar, así como inventé broncíneas doncellas. Mas nada tiene vida; para ustedes solas es el don, Caritinas, y sólo de ustedes, de esparcir encanto sobre la muerta imagen de la vida. ¡Venga, entonces! En nada escatimen y viertan del sagrado cuerno el espléndido encanto, tal que me alegre de mi obra, y, halagados los dioses, en seguida me celebren como al inicio«.